En algún remoto lugar de la
montaña, en plena cordillera patagónica, una solitaria figura hacia esfuerzos
para aprovechar los últimos rayos de luz de los que disponía para agregar unas
líneas a los apuntes que traía en las manos.
Se encontraba dentro de un
derruido refugio, totalmente compungido por sus extrañas “vivencias”, mismas que precisamente hoy,
pesaban más que nunca.
Su mirada, la expresión de
su rostro, sus movimientos, todo lo que lo rodeaba estaba teñido de un alo de
misterio indescriptible.
Sentado en un rincón de la
reducida habitación, por momentos miraba el techo, como escudriñando el pasado,
luego se apresuraba a escribir en unas hojas algo ajadas y humedecidas por el
sudor de sus manos. Al verlo, nadie hubiese imaginado que hoy era el día de su cumpleaños número cuarenta y uno; y es que,
definitivamente no era la actitud de un
cumpleañero, es más, ni siquiera la de un montañista quien esta disfrutando de
una aventura en aquellos lejanos macizos.
Pero, a Nelson Bolzoni, le preocupaba algo más que su edad, al menos
hoy, o al menos estos últimos
veintinueve años. Y es que no es fácil burlar el fin todos los días; sin
embargo Nelson se había convertido en un experto en esto de eludir la muerte.
De hecho, por eso era un solitario, un bohemio, y definitivamente por eso se encontraba hoy en ese lugar.
En la primera de sus hojas
había escrito aquello que él suponía podía llegar a ser la primera vez que soñó
lo que no debería haber soñado nunca; lamentablemente, de aquel sueño no
quedaba mucho en su memoria. Hoy solo lo recuerda porque aquel fuel el día de
su cumpleaños número doce.
A veces piensa, que de haber
ignorado todos los sueños que se sucedieron, tal vez las cosas solo hubiesen
seguido su curso, pero muy a su pesar ya era algo tarde para eso.
Esa primera hoja era muy
vaga en sus datos y llega al pie de la misma divagando sobre la vida y sus
caminos.
La segunda de ellas se
notaba escrita con gran fluidez, como si
cada palabra le hubiese sido dictada. En la misma, sintetizaba muy bien la
primera vez que el mundo onírico se fusionó en su mente con la realidad futura.
En un comienzo solo le parecieron pesadillas, pero con el correr de los años se
dio cuenta que esa era su horrible
realidad.
Así, noche a noche fue experimentando la horrible sensación de
saber como iba a morir al día siguiente.
En algún lugar del escrito
decía: “…y así la muerte decidió jugar conmigo al gato y el ratón […]”.
La frase podía parecer una
estupidez, pero tristemente, para Nelson esa era su desgarradora verdad.
Cada sueño en la vida de
Nelson se fue llevando algo su niñez; ya que en secreto debía interpretar y
memorizar cada situación, porque en ello le iba la vida.
Alguien podría preguntar cómo
se dio cuenta de que los sueños le presagiaban tan funesto final, y justamente
eso es lo que narra promediando el
segundo escrito:
“13 de abril de 1978.
Desperté sobresaltado, otra vez tuve un sueño como el del otro día; pero de haberme ido a la escuela
en el colectivo como lo había soñado, me hubiese encontrado en medio del choque
con aquel camión.
Hoy soñé que caminaba hasta
el mercadito de la plaza y que luego de comprar un par de cosas perdido entre
las góndolas, un ladrón salía de allí a los tiros y dos de ellos me pegaban en
el pecho.
Por supuesto, nunca más fui
a ese mercado, después me enteré que
justo ese día asaltaron aquel local”.
Y así, como ese fragmento, había
muchos, más de los que a Nelson le hubiese gustado escribir.
En los últimos sueños se
veía morir en distintos lugares o espacios físicos de los que huía, eso
lo había transformado en un nómade.
Pero un hombre no puede huir
para siempre, porque cada vez su mochila de recuerdos a cargar, es más y más
pesada. Es por esto que había decidido enfrentar a la muerte en aquel preciso
lugar; no sin antes escribir una breve síntesis del calvario que sufrió para
llegar allí.
La tarde lo tomó casi por sorpresa y la luz se fue ahogando en
las montañas, dejando tras de si una estela de oscuridad que lo cubría todo.
Así, casi en penumbras juntó todas las
hojas y las colocó en su mochila, luego se recostó un poco contra el muro y
levantando las mangas de su campera se cortó las venas. Respiró profundamente por
última vez, poco a poco se fue desvaneciendo hasta sentir que su cuerpo se iba muriendo
por partes, hasta palpar el tiempo con la punta de sus dedos. Sus ojos se
fueron apagando y con ellos se fue diluyendo el terrible dolor y la tristeza
que lo habían consumido todos estos años. De pronto, una tenue luz al final del
camino y la más dulce voz de la que tuviera memoria se dejo oír de entre el
letargo.
-“Nelson, levántate tienes
que ir a la escuela...”- dijo esa voz, que era la de su madre.
Se levantó confundido, como
sedado por el sueño; y al llegar a la cocina un sobresalto lo arrancó
bruscamente de su estado –“¡Feliz cumple!- dijeron sus padres y hermanos. Una
pequeña torta sobre la mesa, con una vela en forma del número doce, esperaba
por él. Le sonrió a todo el mundo, casi con el compromiso de alguien que ya
había vivido esto en alguna ocasión, luego miró a su madre y dijo: - “Sabes,
anoche soñé que cumplía cuarenta y un años”- a lo que su madre respondió
sonriendo – “Pero cumples solo doce Nelson, solo doce”.
Después de un rápido
desayuno tomó su mochila y partió a la escuela. Justo al llegar a la esquina el
colectivo se detuvo como esperando a que subiese, Nelson vaciló un segundo y
fue como si el tiempo se hubiese detenido por ese instante, para regalarle una
oportunidad; luego, un poco aturdido y con profunda congoja volteó a mirar a su
madre que lo despedía varios metros mas atrás, agitó su mano saludando y subió.
Porque a veces las cosas,
solo deben seguir su curso…
By Mauricio Cárdenas
2008